Tomarse la vida de a sorbos

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Vivimos una vida apresurada, una vida de corridas.
De conquistas y atropellos. Apurados por vivir apurados, nos olvidamos un detalle: de tomarnos tan sólo cinco minutos y disfrutar de una taza de té.
 

Apretamos nuestras agendas con actividades que cada vez tenemos menos tiempo de hacer.

Estamos mucho mas comunicados pero paradójicamente, muy desconectados.

Tenemos relojes cada vez más grandes y sofisticados para medir el tiempo que en definitiva, no poseemos.

Relojes que miden tiempos de vértigo en los que se le rinde culto a lo fugaz y desechable, a la comida rápida, las píldoras mágicas, el bronceado instantáneo, las dietas milagrosas, la gimnasia sin esfuerzo, las respuestas inmediatas.
El fast food, el rush hour, el quick delivery, el touch and go y el all in one desplazaron el delicioso encanto de disfrutar de los procesos… Y yo me pregunto: ¿a donde vamos tan apurados relegando sensaciones, sabores, aromas y emociones?

El “ya” nos ha vuelto intolerantes e impacientes; el “ya” dio paso a la descortesía y a los atropellos, al olvido de dos básicos: buen día y muchas gracias. El “ya” nos quitó una de las herramientas más poderosas que posee el ser humano capaz de abrir innumerables puertas: la sonrisa.  Pero por sobre todo nos quitó el tiempo de sentir y disfrutar de las pequeñas cosas y de los grandes placeres que nos regala esta vida.

Miramos pero no observamos, oímos pero no escuchamos, comemos pero no saboreamos, tocamos pero no sentimos, olemos sólo para mantenernos vivos.

Hemos perdido la fascinación por aquellas cosas que tenemos al alcance de nuestras manos, y es por eso que hemos perdido la fascinación. Porque lo imposible, inalcanzable e inaccesible por alguna razón casi Freudiana se han vuelto un desafío más atractivo.

¿Existe algo más maravilloso que emocionarse con una puesta de sol, con el perfume de una rosa, con el sabor de un té, con la melodía de una canción o con un sentido y tierno abrazo? ¡Si pudiéramos mantenernos sensibles ante la sencillez y la simpleza! Si al mirar, los ojos se nos llenaran de lágrimas, al oír, se nos erizara la piel, al comer, se nos despertara la lengua, al tocar, vibráramos de emoción y al oler perdiéramos el aliento, entonces podremos considerarnos extraordinariamente ricos porque logramos incorporar la prodigiosa capacidad de observar, escuchar, saborear, sentir, percibir y vivir a flor de piel.
 

Bebamos la vida con calma, tomémonos el tiempo de elegir nuestra hebra preferida, pero metiendo la nariz en la lata, respirando bien profundo hasta que el aroma nos conquiste. Hagamos de la vida un banquete; pongamos siempre la mejor vajilla y el mejor mantel para nuestros amigos y para nosotros solos también. Disfrutemos, pero sobre todo, disfrutemos de aquellos momentos en los que nos encontramos tomando una taza de té en soledad y que nos transporta a la maravillosa experiencia de vivir la vida de a pequeños sorbos.


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