Había una vez un hombre que vivía muy cerca de un importante cruce de caminos, todos los días, a primera hora de la mañana, llegaba hasta allí, donde instalaba un puesto rodante en el cual vendía pan dulces que él mismo horneaba. Era sordo, por lo tanto no escuchaba la radio; no veía muy bien, entonces ni un solo día leía diarios, pero eso sí… vendía exquisitos pan dulces. Meses después alquiló un terreno, levantó un gran letrero de colores y personalmente pregonaba su mercancía gritando a todo pulmón: “ Compre el mejor pan dulce en plaza” y la gente compraba cada día más; aumentó la compra de insumos, alquiló un terreno más grande y mejor ubicado y sus ventas se incrementaron día a día. Su fama aumentaba y su trabajo era tanto que decidió buscar a su hijo, un empresario de una gran ciudad, para que lo ayudara a llevar el negocio.

Al llamado del padre, su hijo respondió: “Pero papá, ¿no escuchás la radio, ni lees los diarios, ni ves la televisión? Este país está atravesando una gran crisis, la situación es muy mala, no podría ser peor.

El padre pensó: mi hijo trabaja en una gran ciudad, lee los periódicos y escucha la radio. Tiene contactos importantes, debe saber lo que habla. Así que revisó sus costos compró menos pan y disminuyó la compra de cada uno de los ingredientes y dejó de promocionar su producto. Su fama y sus ventas disminuyeron día a día. Tiempo después, desmontó el letrero y devolvió el terreno. Aquella mañana llamó a su hijo y le dijo: “Tenías mucha razón, verdaderamente estamos atravesando una gran crisis”.

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