Tentada por la gran manzana

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Siempre que viajo, mis experiencias son gastronómicas. Nada me conmueve más, y la gran manzana a la que visito con frecuencia me sigue sorprendiendo con lugares  nuevos y con sus clásicos que sigo eligiendo año tras año porque me hacen sentir como en casa. Desayunar en Le pain quotidien encabeza mi lista. Este lugar de mesas comunales tiene idéntica personalidad en todos lados; desde Notting Hill hasta en Buenos Aires, mantiene siempre su calidad y su charme francés provenzal. El otro lugar que me encanta es Rue 57, una brasserie francesa ubicada en la 57 y la 6ta Avenida que tiene sus puertas abiertas no importa la hora del día. Y eso es precisamente lo que me gusta. Cuando viajo por placer, no tengo agenda y si se me ocurre almorzar a las tres de la tarde, sé que siempre voy a encontrar una mesa adentro o en la vereda, con una carta variada y una buena selección de vinos por copa. 

Otro de mis clásicos es Balthazar en el Soho. Concurrido como siempre, conviene ir con reserva para no esperar cuarenta minutos o terminar a la derecha del salón, donde las mesas son mas chicas  e incomodas. El postre me lo comí a dos cuadras de ahí, en el deleitable Dean & Deluca; una tarta de frutos del bosque con algunas compras de delicatesen de por medio son ya un ritual en mis paseos por el Down Town. 

Dentro de los habituales también tuve algunas desilusiones como encontrar Pastis, del Meat packing District cerrado por reformas. Un distrito que encontré, dicho sea de paso, bastante desolado; como si hubiera perdido el encanto que supo tener años atrás cuando un barrio nuevo logra imponerse en la ciudad. Otra desilusión fue Nello, de Madison y la 60. Un clásico neoyorquino abierto desde años A, pero esta vez comí soso. Hablando en criollo, ni fu ni fa. Una ensalada desabrida de alcauciles que no estaban en su punto, un risotto primavera que dejo la primavera en la cocina, y un mozo estresado con una mesa de diez que tenia sentada al lado, fueron los motivos de mi decepción. Estas cosas pasan también en los buenos, pero no por eso dejan de serlo; simplemente fui el día equivocado.

En el barrio Chino no me senté a comer esta vez, pero me hice una sesión de reflexología para acomodar mis pies y todo mi esqueleto que se hizo sentir de tanto caminar. A lo que no pude resistirme fue al picoteo callejero. Tentada como siempre por las ferias, los mercados y todo lo comestible que se venda en la calle, me compré unos lychee (se pronuncia lichis) en un puesto ambulante y los disfruté mientras esquivaba a la horda de gente que circula normalmente por allí. Otro must callejero son los pretzels que te devuelven el alma al cuerpo cuando inhalas el aroma a recién hechos que desprenden. Estos snacks son la impronta de la ciudad misma; pequeños mordiscos con los que uno saborea la verdadera idiosincrasia culinaria de un lugar.

Siempre tentada con un poco de sushi, fui a Nobu, donde es imposible no pasarla bien. El ambiente es divertido, la atención buena y el sushi muy rico, pero lo que me hizo suspirar fue el postre. Ya les contare porque merece un capitulo aparte. 

Lo top en gastronomía sigue siendo Per Se, en el Columbus Circle, Eleven Madison Park, de la mano del talentoso Humm y el recientemente reciclado River Cafe que quedo devastado después del Sandy, pero que hoy luce como en sus mejores épocas. Sin dudas, es para mí, el lugar que ofrece la mejor vista de Manhattan y mantiene  su estilo, elegancia y calidad a través de los años.

Pasan los años y me sigo convenciendo de que las mejores inversiones son las que hago en buenos momentos y en buenas comidas. Lo tangible va y viene, pero las sensaciones agradables y los ricos sabores perduran para siempre y no te los quita nadie. Esos momentos son en definitiva, lo que nos llevamos de esta vida.


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