Me acuerdo como si fuera hoy, de mi primera taza de café… Algo que puede parecer tan cotidiano como cambiar de infusión, para mi fue un gran acontecimiento. Era un tazón de café con leche pero que de alguna manera, emancipó mi paladar a un mundo nuevo de sabores. Desde entonces y hasta el día de hoy, pasó a ser mi primer contacto con el día. No funciono sin mi taza de café…puro. Prepararlo, es una ceremonia encantadora que practico día a día en mi más absoluta soledad. Enciendo mi cafetera, abro la lata, lo huelo, lo muelo, lo vuelvo a oler, cargo el expreso doble y miro hipnotizada mientras el lungo forma una espuma blanca espesa. Y cuando la última gota se dejó caer, lo vuelvo a oler. Antes de beberlo, ya lo disfruté. Y después del primer sorbo, puedo funcionar con todos mis sentidos bien despiertos.

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