Quemar las naves

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Año 335 antes de Cristo.

Al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas, al desembarcar comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad tres veces mayor a su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha. Habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves. Mientras sus barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: "Observen como se queman los barcos; esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse a su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que hay un solo camino de vuelta y es por mar. Caballeros; cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos.”




Cuantas veces la falta de fe el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro nos priva de conseguir nuevos éxitos. Nos hace renunciar a los cambios, Nos hace renunciar a los sueños nos hace negar los anhelos y las metas que están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones, cuantas veces la seguridad de poseer algo, nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más. Cuantas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad en fracaso y monotonía.

Debemos saber que perseverando todo puede lograrse que el amor y la fe, nos dan la fuerza necesaria para obrar milagros en nuestras vidas si así lo deseamos, que ningún camino es demasiado para un hombre que avanza decidido y sin prisas, teniendo claro sus objetivos.

El ejército de Alejandro Magno venció en aquella batalla, regresando a su tierra a bordo de los barcos conquistados a los enemigos.

Les leí este cuento, porque cuando volví a mi país hace ya dos años y medio, queme todas mis naves en Argentina. “Quemar las naves” fue para mi una decisión personal, porque considero a mi trabajo muy puntilloso como para estar acá y allá al mismo tiempo, y ello implicaría además, descuidar mi empresa más exitosa: mi familia. Dejé mi trabajo, mi profesión, mi casa, mi perro, mis afectos, mis alumnas y muchos años de minuciosa siembra que habían dado deliciosos frutos. Llegué a lograr mucho a posicionarme a tener el reconocimiento de la gente y de un día para el otro me encontré al otro lado del río donde tuve que empezar de cero. El comienzo fue duro, casi desmotivarte; todo me era nuevo, no conocía a nadie. No sabía dónde comprar flores, alquilar manteles, comprar buen té o imprimir mis libros.

Tuve muchas manos amigas que me ayudaron a transitar el camino, y algunas voces que me decían que Uruguay no era la Argentina y que mi actividad muy probablemente acá no fuera lo mismo. Tuve preguntas como ¿no pensaste en dedicarte a otra cosa? Si, es cierto, Uruguay es mucho más chico, pero Argentina es mucho más grande. Y el ser más chico no debe ser mirado como un defecto, sino como una virtud: somos más exclusivos.

Yo seguí mi camino. Me hubiera sido más fácil seguir atada a la otra orilla y quedarme en la comodidad de lo que ya conocía. Pero desprenderse nos regala la libertad de poder elegir.

No esperé las oportunidades, salí en busca de ellas y me di cuenta que todo está a nuestro alcance aunque las condiciones, no son siempre fáciles. No hay otra receta más que organizar bien la colmena como la abeja reina y trabajar como sus obreras, ser tenaz, soportar, tener fe, luchar siempre, trabajar duro, confiar, no rendirse, escuchar un poco a los demás, pero por sobre todo escuchar a nuestro corazón, tener paciencia porque lo que damos de corazón retorna multiplicado, nunca dar la espalda, jamás quejarse, sonreír mucho y ser siempre bien agradecido. Por eso les agradezco a todos porque su apoyo me alienta día a día y, a diferencia del cuento, no quemé las naves para obligarme a volver sino para echar raíces y poder quedarme, hasta que Dios mande, de este lado de la orilla.




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